La autenticidad está en lo que queremos ser, más que en lo que efectivamente creemos que somos. Nuestros propósitos y proyectos personales hablan de nosotros mejor que cualquier tipología en la que nos clasifiquen. Incluso cuando nos enamoramos, o cuando sentimos que alguien nos fascina, a menudo lo hacemos porque sentimos que esa persona tiene un proyecto, una pasión o, como decimos en Chile, “tiene un cuento” que seguramente tiene que ver mucho con cosas que consciente o inconscientemente nos identifican (lo que quisiéramos ser y que nunca nos atrevimos, lo que deseamos ser en el futuro, etc.).
Es así que las motivaciones humanas podrían también ser divididas en tres tipos. El primer tipo abarca las motivaciones del deseo y necesidades corporales, que se rigen por el principio del placer. Por lo general son a corto plazo y responden a estímulos sensoriales: me gusta ese pastel y deseo comerlo; tengo sueño y deseo tomarme una siesta, etc. En el segundo tipo encontramos motivaciones de la voluntad o logro, que pueden estar regidas por el principio de poder y logro personal. Están generalmente representadas por objetivos y metas a mediano plazo, cosas que deseamos conseguir y por las cuales estamos dispuestos a posponer las necesidades inmediatas del deseo. Por ejemplo: aprobar un examen; componer una canción; hacer una dieta. El tercer grupo es el más importante desde el punto de vista de la autenticidad, ya que alude a motivaciones del ideal del yo. Se refiere a aquello que sentimos que somos o que debemos ser, y cómo alcanzarlo. Son las motivaciones que están más cerca de nuestra identidad, las cuales se basan en la “voluntad de sentido” de la que tanto habló en su obra Víktor Frankl, o que incluso está presente en la obra de C. G. Jung y sus seguidores. Este sentido muchas veces se expresa por medio de valores, ideales y propósitos trascendentes que, valga la redundancia, dan sentido a nuestras vidas. Como representa tan de cerca lo que somos, es que al lograr articular este sentido en palabras, y entenderlo, logramos reconocernos y adquirimos verdadera autoestima.
Hemos afirmado al comienzo de este escrito que la autenticidad no está tanto en lo que somos sino en lo que queremos ser, y con esto tomamos el punto de vista de los existencialistas, recalcando la libertad personal para ser, o empezar a ser, aquello que elegimos. Nadie, ni siquiera un diagnóstico clínico puede coartar esa libertad de elegir hacia donde queremos ir. Por eso, cualquier fotografía, descripción o cualquier persona que se sienta con el derecho a decir cómo somos, siempre estará equivocada si no considera que tenemos la libertad para cambiar y elegir en todo momento.
Pero quizás la autenticidad no está sólo en lo que queremos ser (ideal del yo) sino en la coherencia entre lo que somos y lo que queremos ser. Día a día vemos sujetos divididos entre partes que desean una cosa y otras que desean otras. Múltiples contradicciones traen infelicidad a nuestras vidas; desarrollamos síntomas y creamos sufrimiento en otros. Cuando vemos a alguien que ha logrado vivir con coherencia su ideal de yo, terminamos por admirarlo o sentirnos atraídos hacia él.
La brecha entre nuestro ideal del yo y lo que somos (o creemos que somos), puede ser muy grande. Puede que nos echemos a morir sintiendo que somos poca cosa y que estamos muy lejos de lo que soñamos ser. Una autoestima baja puede coartar nuestro intento de alcanzar un ideal, al tiempo que nos deprimimos o desarrollamos envidia hacia los demás.
Un complejo narcisista de nuestra parte puede hacer que nuestro ideal del yo esté equivocado, o que las acciones que emprendamos en nuestras vidas, buscando alcanzar ese ideal estén erradas. El narcisismo se caracteriza porque desarrollamos un falso Self, basado más en agradar a otros y ser vistos, más que en el auténtico disfrute de hacer algo. Por ejemplo, un joven puede querer ser artista, no (solamente) porque disfrute con el arte, sino porque de niño aprendió que así ganaba la admiración de los demás, por su talento era alabado y considerado. En su desarrollo como artista buscará más ser reconocido, envidiará a otros con más talento, será más sensible a la crítica y, en definitiva, le costará más encontrarse con su desarrollo auténtico, en el arte y en la vida en general. Lo mismo podría ocurrir a alguien con vocación social. Estará más preocupado de hacerse querer y reconocer por quienes ayuda, en vez de disfrutar lo que hace. Su abnegación no es auténtica, sino que responde a motivaciones narcisistas; su baja autoestima le impide desarrollar una relación auténtica con lo que hace, desperdiciando su vocación.
¿Cómo reconocer que estamos siendo auténticos, o descubriendo esa autenticidad?
Básicamente porque somos capaces de disfrutar lo que hacemos, y no nos preocupa el qué dirán, en ningún momento. Desarrollamos fe verdadera, como si confiáramos que esto es lo que somos y que de algún modo saldrá bien.
Si no disfrutamos, si estamos preocupados de la respuesta o el efecto que causará en otros y si somos presa de la envidia, estamos frente a algún complejo narcisista que hace sombra a nuestra motivación verdadera. Será necesario un trabajo psicológico fuerte para disolver ese núcleo narcisista, antes de que nos impida el éxito y el desarrollo de nuestra autenticidad.
Disfrutar de algo no quiere decir que no tengamos que sacrificar algunos deseos, miedos y temores. Nadie ha dicho que sea fácil y sencillo. No obstante, podemos desarrollar una filosofía de vida que permita alcanzar este ideal.
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