Para el psiquiatra suizo C. G. Jung, los símbolos cumplen una función trascendente que permite vincular la vida inconsciente de nuestra psique con la conciencia (Véase Jung, "La Función Trascendente", 1916). En otras palabras permiten hacernos consciente de lo inconsciente. La racionalidad por sí sola no alcanza a dar cuenta del rico torrente de imágenes e impulsos que surgen del inconsciente. El símbolo opera como una suerte de “transformador” de energía psíquica.
En el transcurso de una terapia psicológica, los pacientes descubren que muchos de sus síntomas cumplen un rol simbólico y que cuando comprenden ese significado lo que antes era parte de su enfermedad psíquica y motivo de consulta, ahora es una puerta para alcanzar mayor desarrollo y satisfacción personal. Por ejemplo una persona puede consultar porque tiene un trastorno de alimentación; sufre del deseo compulsivo de llenarse de comida (lo que puede estar ocasionándole una bulimia u obesidad seria). El comer y comer sin parar puede estar revelándole su necesidad de nutrirse, pero simbólicamente, es decir espiritualmente. Puede que en su vida esta persona se sienta estancada o desnutrida de afectos o relaciones significativas; puede tener algún complejo serio con la figura de la madre (quien simbólicamente es la encargada de darnos el primer alimento). Al comprender el símbolo en su vida, puede que deje de comer compulsivamente y sea su oportunidad de empezar a proveerse de alimento espiritual a través de alguna actividad artística o religiosa. El síntoma se transforma en símbolo: abre una puerta para su desarrollo.
Podemos ver que el lenguaje simbólico es además altamente estético. Es decir, interpretar un símbolo requiere una sensibilidad especial desde el punto de vista artístico. Una negación de nuestra feminidad puede expresarse en una estética personal masculina llena de líneas duras, colores fuertes y ángulos cerrados, mientras inconscientemente, en sueños por ejemplo, nos vemos vestidos o rodeados de lo opuesto: líneas suaves, colores pasteles, figuras redondeadas, símbolo de lo femenino.
Una prueba de lo que estamos diciendo se puede observar en un trastorno tan común como la depresión o el carácter melancólico. Me ha tocado conocer personas que inconscientemente se visten de negro casi todo el tiempo y se rodean de una estética que llama a la tristeza. Asocian “bello” con “triste” y desarrollan incluso una especie de mística y adoración por los símbolos asociados a la noche o a la figura del vampiro o de la muerte. Si son jóvenes, puede que se unan a algún movimiento como góticos, emos, death metal, etc. A menudo son personas que pueden tener talentos artísticos o psíquicos especiales: escriben, pintan o tocan música, o bien poseen sensibilidad psíquica especial. Detrás de sus modas se revela una necesidad espiritual inmensa que no puede desconocerse si se aborda con ellos algún intento terapéutico. No bastan los tratamientos habituales. Será necesario trabajar sobre los símbolos, su significado tanto colectivo como para la persona, e incluso ver maneras de vivir constructivamente (en vez de sintomáticamente) esas imágenes.
Los sueños son otra fuente muy rica en símbolos. Una persona cualquiera puede soñar, por ejemplo, que está cambiando su pieza o que bota ropas antiguas de su closet. Aquello puede simbolizar que necesita hacer un cambio en su vida e identidad. Soñar que se tiene un hijo puede simbolizar que ese cambio se está cristalizando. El hijo puede ser símbolo del nuevo ser que comienza a nacer en cada uno de nosotros. A menudo podemos soñar que luego de tener ese hijo (en especial cuando el soñante es mujer) debemos esconderlo tal como ocurre en la historia bíblica de Jesús. Puede señalar que el cambio no es bien visto por otros o por el entorno social inmediato.
Los símbolos pueden ser una fórmula para reencantar nuestra vida actual o darle un nuevo significado. Nos enseñan que nuestra psique tiene vida propia y que adentrarnos positivamente en ella podemos sanarnos y desarrollarnos más allá de nuestros límites. Para la persona común y corriente significa sentirse más realizado, mejorar sus relaciones y potenciar su trabajo con mayor libertad y creatividad.
En el transcurso de una terapia psicológica, los pacientes descubren que muchos de sus síntomas cumplen un rol simbólico y que cuando comprenden ese significado lo que antes era parte de su enfermedad psíquica y motivo de consulta, ahora es una puerta para alcanzar mayor desarrollo y satisfacción personal. Por ejemplo una persona puede consultar porque tiene un trastorno de alimentación; sufre del deseo compulsivo de llenarse de comida (lo que puede estar ocasionándole una bulimia u obesidad seria). El comer y comer sin parar puede estar revelándole su necesidad de nutrirse, pero simbólicamente, es decir espiritualmente. Puede que en su vida esta persona se sienta estancada o desnutrida de afectos o relaciones significativas; puede tener algún complejo serio con la figura de la madre (quien simbólicamente es la encargada de darnos el primer alimento). Al comprender el símbolo en su vida, puede que deje de comer compulsivamente y sea su oportunidad de empezar a proveerse de alimento espiritual a través de alguna actividad artística o religiosa. El síntoma se transforma en símbolo: abre una puerta para su desarrollo.
Podemos ver que el lenguaje simbólico es además altamente estético. Es decir, interpretar un símbolo requiere una sensibilidad especial desde el punto de vista artístico. Una negación de nuestra feminidad puede expresarse en una estética personal masculina llena de líneas duras, colores fuertes y ángulos cerrados, mientras inconscientemente, en sueños por ejemplo, nos vemos vestidos o rodeados de lo opuesto: líneas suaves, colores pasteles, figuras redondeadas, símbolo de lo femenino.
Una prueba de lo que estamos diciendo se puede observar en un trastorno tan común como la depresión o el carácter melancólico. Me ha tocado conocer personas que inconscientemente se visten de negro casi todo el tiempo y se rodean de una estética que llama a la tristeza. Asocian “bello” con “triste” y desarrollan incluso una especie de mística y adoración por los símbolos asociados a la noche o a la figura del vampiro o de la muerte. Si son jóvenes, puede que se unan a algún movimiento como góticos, emos, death metal, etc. A menudo son personas que pueden tener talentos artísticos o psíquicos especiales: escriben, pintan o tocan música, o bien poseen sensibilidad psíquica especial. Detrás de sus modas se revela una necesidad espiritual inmensa que no puede desconocerse si se aborda con ellos algún intento terapéutico. No bastan los tratamientos habituales. Será necesario trabajar sobre los símbolos, su significado tanto colectivo como para la persona, e incluso ver maneras de vivir constructivamente (en vez de sintomáticamente) esas imágenes.
Los sueños son otra fuente muy rica en símbolos. Una persona cualquiera puede soñar, por ejemplo, que está cambiando su pieza o que bota ropas antiguas de su closet. Aquello puede simbolizar que necesita hacer un cambio en su vida e identidad. Soñar que se tiene un hijo puede simbolizar que ese cambio se está cristalizando. El hijo puede ser símbolo del nuevo ser que comienza a nacer en cada uno de nosotros. A menudo podemos soñar que luego de tener ese hijo (en especial cuando el soñante es mujer) debemos esconderlo tal como ocurre en la historia bíblica de Jesús. Puede señalar que el cambio no es bien visto por otros o por el entorno social inmediato.
Los símbolos pueden ser una fórmula para reencantar nuestra vida actual o darle un nuevo significado. Nos enseñan que nuestra psique tiene vida propia y que adentrarnos positivamente en ella podemos sanarnos y desarrollarnos más allá de nuestros límites. Para la persona común y corriente significa sentirse más realizado, mejorar sus relaciones y potenciar su trabajo con mayor libertad y creatividad.
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