Las adicciones son el látigo psicológico que fustiga nuestra vida moderna, haciéndonos eslavos en lo físico y en lo psicológico, de diversas sustancias legales e ilegales como el alcohol, el cigarrillo, drogas de todo tipo, comidas en exceso, etc. Sin embargo, no hay que limitar el alcance de una adicción sólo a las sustancias que nos provee el medio; también hay adicciones más sutiles, invisibles, que pueden esclavizarnos. Podríamos hablar de adicción en general como cualquier conducta compulsiva inconsciente y sintomática. En la actualidad hemos conocido casos de adictos al sexo, a la violencia, el trabajo, etc. y en todos los casos tendremos que la vivencia interna de no poder “parar” es la misma. Si hablamos de sustancias recordemos que todas estas actividades generan sensaciones a través de sustancias internas como dopamina, adrenalina, entre otras. Estas pueden llegar a ser drogas internas a las cuales nos vamos acostumbrando y volviendo adictos poco a poco. Una persona puede tener adicción a los halagos de su jefe, o a despertar el interés sexual de otros. En ambos casos es como si nuestra vida no nos perteneciera. Existimos a merced de estímulos externos, somos emocionalmente dependientes y tarde o temprano sufrimos.
La psicología, en especial la jungiana, nos muestra cómo la adicción no siempre es mala, a menudo es un intento fallido y desesperado por reconectarnos con nuestro Ser esencial, es decir, con la persona total y sana que somos en potencia. La vida moderna ha hipertrofiado la conciencia racional del mundo y como consecuencia nos hemos distanciado de aspectos tan importante como el cuerpo, los instintos y las emociones. En ese estado de confusión y como una manera de recomponer el vínculo, hemos desarrollado síntomas adictivos que ayudan a equilibrarnos y a superar la angustia de estar alienados, alivio momentáneo que a la larga puede destruirnos aún más. Digan lo que digan, las adicciones sirven para que no explotemos, una especie de válvula de escape frente a la antinatural condición en que funciona nuestra vida moderna.
Pensemos por un instante en un ejecutivo o un trabajador cualquiera, que trabaja bajo reglas racionales estrictas toda la semana, llegando siempre a la hora, soportando con educación los tratos de sus superiores (en la misma situación a veces), viviendo el estrés y las exigencias de cada día. ¿No ocurrirá que al llegar el viernes por la noche, su necesidad imperiosa sea vivir un instante de escape, de catarsis, aunque sea sólo un momento? Fenómenos cotidianos como la infidelidad, la violencia en los estadios, las comilonas compulsivas, el abuso de alcohol el viernes por la noche, etc. son sólo rituales cotidianos donde la gente descarga sus impulsos reprimidos (y nunca comprendidos) en un círculo compulsivo. En otros casos serán las drogas, la televisión, el sexo. En todos los casos hablamos de lo que Freud alguna vez llamó “proceso primario”, un proceso donde la gente sólo descarga aquello que permanece reprimido, pero sin pensamiento y sin atribuir significado alguno a lo que sucede. La gente sigue siendo tan ignorante y continúa en su enfermedad (física o psicológica) igual que antes. La terapia psicológica ayudará a conectar las experiencias que permanecen ajenas a la persona, a veces hablando o estimulando la creatividad personal a través de numerosos medios que tienen como fin que adquieran comprensión y conciencia real de lo que está a la base de su adicción, reconociendo necesidades emocionales y corporales que no son malas en sí mismas, pero que al permanecer en la “sombra” se vuelven nicho para las adicciones.
La psicología, en especial la jungiana, nos muestra cómo la adicción no siempre es mala, a menudo es un intento fallido y desesperado por reconectarnos con nuestro Ser esencial, es decir, con la persona total y sana que somos en potencia. La vida moderna ha hipertrofiado la conciencia racional del mundo y como consecuencia nos hemos distanciado de aspectos tan importante como el cuerpo, los instintos y las emociones. En ese estado de confusión y como una manera de recomponer el vínculo, hemos desarrollado síntomas adictivos que ayudan a equilibrarnos y a superar la angustia de estar alienados, alivio momentáneo que a la larga puede destruirnos aún más. Digan lo que digan, las adicciones sirven para que no explotemos, una especie de válvula de escape frente a la antinatural condición en que funciona nuestra vida moderna.
Pensemos por un instante en un ejecutivo o un trabajador cualquiera, que trabaja bajo reglas racionales estrictas toda la semana, llegando siempre a la hora, soportando con educación los tratos de sus superiores (en la misma situación a veces), viviendo el estrés y las exigencias de cada día. ¿No ocurrirá que al llegar el viernes por la noche, su necesidad imperiosa sea vivir un instante de escape, de catarsis, aunque sea sólo un momento? Fenómenos cotidianos como la infidelidad, la violencia en los estadios, las comilonas compulsivas, el abuso de alcohol el viernes por la noche, etc. son sólo rituales cotidianos donde la gente descarga sus impulsos reprimidos (y nunca comprendidos) en un círculo compulsivo. En otros casos serán las drogas, la televisión, el sexo. En todos los casos hablamos de lo que Freud alguna vez llamó “proceso primario”, un proceso donde la gente sólo descarga aquello que permanece reprimido, pero sin pensamiento y sin atribuir significado alguno a lo que sucede. La gente sigue siendo tan ignorante y continúa en su enfermedad (física o psicológica) igual que antes. La terapia psicológica ayudará a conectar las experiencias que permanecen ajenas a la persona, a veces hablando o estimulando la creatividad personal a través de numerosos medios que tienen como fin que adquieran comprensión y conciencia real de lo que está a la base de su adicción, reconociendo necesidades emocionales y corporales que no son malas en sí mismas, pero que al permanecer en la “sombra” se vuelven nicho para las adicciones.
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