viernes, 1 de mayo de 2009

Flexibilizar el pensamiento.


Una de las características de las neurosis y trastornos de personalidad es la rigidez cognitiva. Las personas que padecen estos cuadros tienen dificultades para criticar, analizar y descubrir de dónde viene su manera de pensar. Tienen ideas fijas, y son lo contrario de lo que llamamos flexibilidad mental.
A menudo tienen el hábito de clasificarlo todo: personas y cosas en categorías bien definidas. Toleran poco la ambigüedad, aunque ellos mismos pueden mostrarse ambiguos en sus sentimientos y en sus relaciones. Son característicos en ellos los juicios marcados acerca de la realidad. Constantemente dicen “Juan es mentiroso” o “Pedro es cobarde”, o hacen generalizaciones como “las mujeres son (adjetivo), “todos los chilenos son (adjetivo)”. También les gusta clasificarse y definirse a sí mismos: “Soy creyente”, “Soy complicado” o “Soy introvertido”. Con eso a menudo se cierran a sí mismos las puertas de cualquier cambio psicológico.
Tener rigidez de pensamiento significa pensar que nuestros pensamientos son reales en sí mismos en vez de entender que son sólo representaciones que nosotros mismos hemos creado a partir de nuestras experiencias. Significa que la realidad es algo fijo para nosotros, algo que no cambia; a la vez vemos a las personas como buenas o malas, sin matices.
La rigidez mental nos lleva a cometer errores y a vivir haciendo esfuerzos sobrehumanos por adaptar la realidad a nuestros conceptos sobre la misma. En algún momento la ilusión se quiebra y terminamos sufriendo y sintiendo como si alguien tuviera la culpa.
La terapia psicológica nos permite ir poco a poco haciendo flexibles nuestras creencias, juicios y valores. Los vamos contrastando sistemáticamente con la realidad (no sólo la realidad exterior sino la propia también). El resultado es que paulatinamente nos vamos dando cuenta de que poseíamos hasta ahora un modelo esteriotipado y empobrecido del mundo, que el pensamiento en sí mismo no es la realidad sino algo que nos permite entender esta realidad para vivir mejor en ella; una herramienta tan práctica como cualquiera. Si la herramienta no me sirve, por ejemplo, una creencia que no nos permite ser felices o hacer felices a otros, somos libres en todo momento de cambiarla.
Al comenzar una terapia alguien con pensamiento rígido puede que se pregunte qué es él o ella. Siente que necesita definiciones claras y cree que el psicólogo se las va a decir en su calidad de experto. A veces les agrada afirmar: “Mi problema es que soy Histérico” o “Soy Introvertido” o “Soy Limítrofe” y al hacerlo toman el diagnóstico o los conceptos de la psicología para poder definirse y quedar más tranquilos. Con el transcurso de la terapia y en la medida en que van avanzando positivamente la pregunta de “qué soy” deja de ser relevante. El paciente se da cuenta de que él es más que cualquier definición y que uno puede ser muchas cosas a la vez y por elección. Un ingeniero puede darse cuenta de que puede ser matemático y humanista a la vez. Una mujer, que puede ser tan femenina como masculina, según necesite serlo. Una madre, que puede ser tan madre como padre en las funciones y roles que realiza. El resultado final es mayor libertad y plenitud al no estar restringido a nuestras propias definiciones. Lo que realmente importa no es la pregunta de “qué soy” sino el “quien soy” que implica poder reconocerse uno a sí mismo en las cosas que hace o elige, sintiéndolas como propias. Es más un sentimiento, una convicción encarnada, que una definición intelectual. Cuando la identidad está clara, el pensamiento se relaja y puede asumir la función práctica para la cual existe. Nadie puede disfrutar la vida o desarrollarse realmente mientras su mente permanece rígida.

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