La terapia psicológica es, casi en la totalidad de los casos, un espacio para que cada persona se encuentre con su lenguaje, único y particular. Poder hablar y expresar lo que realmente le importa a uno parece ser el principal beneficio que agradecen los pacientes y la mayoría de las veces es su boleto para lograr el cambio que tanto anhelan. Ahora bien, hasta acá parece bastante sencillo: hablar es algo que todos nosotros sabemos hacer, algo que constantemente ejercitamos con personas durante todo el día. Todos sabemos que cuando se trata de un problema, podemos conversarlo con un amigo, una pareja, o un consejero de cualquier tipo. No obstante este ejercicio cotidiano encierra una trampa. A menudo hablamos de nuestros problemas y nos encerramos en él. Nuestras palabras son parte del problema. A menudo lo que decimos no permite solucionar nada; es lo que la gente conoce como el “rollo”, es decir, un conjunto de palabras e ideas que dicen muy poco y no nos permite ver más allá. Las personas a menudo nos vemos atrapadas en el “rollo”. A menudo el “rollo” nuestro pero también el “rollo” de los demás. Así un joven puede sentirse atrapado en el “rollo” de sentirse adolescente, o de ser criticado por sus pares. O puede sufrir por el “rollo” de sus padres, o el de su polola. El “rollo” de cada cual tiene un problema concreto en sí mismo. Constituye un lenguaje total o parcialmente desvinculado de lo que realmente nos sucede. Se funda en verdades a media, en maneras erróneas de ver la realidad. Y el problema es que aquello nos hace sufrir. Nos da la sensación de estar atrapados en un callejón sin salida. Lo que hace un buen terapeuta es trabajar con el “rollo”, deshaciéndolo. Permitiendo que la persona pueda ver a través de él su propia verdad. Significa que poco a poco el paciente irá descubriendo un lenguaje más coherente consigo mismo y podrá hablar lejos de su “rollo” particular. Diremos que poco a poco la estructura superficial de su lenguaje (lo que la persona dice o piensa) poco a poco irá siendo coherente con la estructura profunda, con su cuerpo y emociones. Pongamos ejemplos:Una joven dice “Mi novio me engaña; sé de buena fuente que a menudo sale con otras mujeres”. Ante eso podríamos nosotros preguntar, “¿Y qué te pasa a ti con eso?, respondiendo la joven: “Bueno, me da lata, pues”. Acá podemos ver que lo que la joven dice que siente no es coherente con lo que realmente probablemente está sintiendo. Un hecho de engaño puede dar mucha rabia, pero rara vez “lata”, que en lenguaje chileno quiere decir aburrimiento. Lo que ocurre es que las palabras que esta joven dice y piensa, no corresponden con su realidad emocional. Puede que a consecuencia de esto ella está sufriendo una depresión, ya que reprime un sentimiento tan natural como la rabia y queda en situación de volver esa rabia hacia sí misma, desensibilizándose al mismo tiempo de ella misma. Cuando ella narra el hecho de que su novio la engaña, su lenguaje no es creíble, es más bien un “rollo”; ella lo cuenta como si contara lo que le pasó a alguien lejano, cuando en realidad le ocurrió a ella misma.En la vida cotidiana enfrentamos problemas similares cuando alguien nos cuenta por ejemplo que está deprimido. Nuestra pregunta casi invariablemente es “¿Por qué?”. Con eso hacemos que la gente nos dé una serie de razones, que más suenan a justificaciones; culpan a personas, situaciones o a sí mismos, pero rara vez comprenden. Podemos decir sin temor a errar que estas personas recurren a sus “rollos”, aquellos discursos que han masticado una y otra vez en su mente sin encontrar solución alguna. Sólo un terapeuta experimentado sabrá hacer las preguntas correctas que le permitirán a ellos empezar a conectar sus palabras con emociones y experiencias que ellas mismas han ocultado de su propia vista. De hecho, en el caso de los traumas que se producen por situaciones altamente estresantes o terribles, las personas se bloquean y muchas veces olvidan intencionalmente lo que ocurrió, y puede que al mismo tiempo desarrollen síntomas psicosomáticos (por ejemplo: depresión, insomnio, estrés, angustia, crisis de pánico, etc.) . El tratamiento consistirá básicamente en que puedan hablar y así reconstruir en palabras lo ocurrido, y no sólo el hecho concreto sino también lo que significó para ellos, con conciencia de sus propias emociones y valoraciones. En la vida cotidiana todos experimentemos mini-traumas a diario, cada vez que discutimos o peleamos con un ser querido, cada vez que nos frustramos, o cada vez que algo o alguien nos desilusiona. Situaciones emocionales negativas pueden ser pequeños traumas; para un niño puede ser ver discutir a sus padres, o ser regañado por un adulto, etc. Si la persona se acostumbra a vivir así, y nunca tiene la oportunidad de hablar de sus sentimientos al respecto, y ni siquiera piensa acerca de lo sucedido, lo más probable es que el efecto acumulativo de esas experiencias la lleve a experimentar síntomas en su vida, cosas como arrebatos emocionales, pensamientos obsesivos, insomnio, estrés, angustia e incluso dolores y enfermedades físicas. La terapia psicológica puede ser una oportunidad de dar un significado nuevo a nuestra vida, a la vez que mejorará nuestras capacidades comunicativas y expresivas. Aprender a usar correctamente el lenguaje significa incluir en él nuestros verdaderos sentimientos y emociones.
martes, 5 de mayo de 2009
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